El proceso constituyente chileno,
es sin lugar a duda un proceso sin precedentes a nivel mundial, ya que se trata
de una salida institucional a una crisis orgánica profunda en un país donde el
modelo neoliberal ha penetrado desde todos los ámbitos de la vida humana. Se ha
planteado como un proceso paritario y con participación de los pueblos
originarios a través de escaños reservados, características peculiares para una
sociedad especialmente conservadora y racista como la chilena, por lo tanto, es
un proceso que se ha instalado a contrapelo del sentido común que la clase
dominante nos instaló desde los tiempos de Pinochet, Reagan y Thatcher.
Una convención fuera de los cánones
políticos del duopolio que ha administrativo Chile durante más de 30 años aprueba
diaria y semanalmente propuestas que generan ruido en los sectores más conservadores
la antigua Concertación y la Derecha, la prensa hace eco de estas
preocupaciones y las encuesta pretenden prefigurar un escenario catastrófico donde
la solución sería volver al punto de restauración previo al 19 de octubre del
2019. La última norma aprobada que pasó a borrador de la nueva Constitución y
que sacó ronchas en la clase política, fue el voto facultativo para adolescente
de 16 a 17 años, donde al aprobarse el texto constituyente dejaría a Chile
junto con Ecuador, Argentina y Brasil como pioneros en derechos políticos y
civiles de niñas, niños y adolescentes.
El voto adolescente solo cobra
sentido dependiendo del modelo de democracia que se quiera instalar, en una
democracia representativa y tecnócrata como la que rige actualmente Chile tienen
peso los argumentos de madurez y conocimiento que han esgrimidos algunos. Si se
instala en el contexto de una democracia participativa, deliberativa y plural, se
hace muy necesaria la participación de todos los sectores de la sociedad,
principalmente los que han sido históricamente marginados u oprimidos. En un país
como el nuestro, donde el adulto centrismo es transversal social y políticamente,
el voto adolescente es contracultural; pero la sociedad adulta no puede
cerrarse ciegamente a esta posibilidad, la institucionalidad democrática debe
apuntar a fortalecer el bien común, la cohesión y justicia social , y son los adolescentes
chilenos los que han servido como termostato para detectar las demandas más sentidas
de la sociedad chilena y han iniciado el proceso de transformación social, política
y cultural más importante del último tiempo que nos tiene hoy discutiendo estos
temas.
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